Un excelente trabajo audiovisual realizado por la Red de Interseccionalidad, Género y Prácticas de Resistencias (RedIger) de la Universidad de Chile, con guión de Paulina Osorio Parraguez e Ignacia Navarrete Luco
Nos permitimos transcribir el texto de este video por su relevancia y significación en la lucha por la desestigmatización de las mujeres adultas mayores.
“Hay imágenes que persisten, se conservan al interior de nuestra memoria en forma de prejuicios. Siempre han estado ahí, latentes y las evocamos con las palabras, con la enunciación. Señalan a la solterona que cuida a los mayores no tiene interés por los hombres. Señalan a la vieja bruja, malvada y fea. O la vieja sapa, todos los barrios tienen una. La abuelita tierna, la aman porque cocina riquísimo y cuida a los niños”.
¿Qué esconden estos símbolos asignados a las mujeres mayores?
1- Invisibles y excedentes:
La influencia de estas imágenes se evidencia en el miedo a envejecer de las mujeres occidentales. La vejez femenina se convierte entonces en un tabú adherido a un potente imaginario: la enfermedad, el olvido y la muerte. Estos prejuicios son las cristalizaciones de determinados discursos sexistas y edadistas. Según estos, un cuerpo viejo y de mujer encarna la enfermedad, pues ha perdido su función reproductiva que es el que sustenta la identidad femenina. Este cuerpo no reproductivo es medicalizado y desplazado de la sociedad. La medicina les llama “las menopáusicas”.
La biomedicina y la demografía atraviesan el envejecer femenino con discursos androcéntricos y hegemónicos. La primera, predisponiendo al cuerpo a ser patologizado, a partir de la menopausia y el deterioro corporal. La segunda se centra en la condición precaria y vulnerable de las mujeres mayores en términos socioeconómicos, vinculados a un contexto de feminización de la vejez.
En la vejez, la identidad femenina está atrapada en un cuerpo medicalizado e invisible, en cuyo reverso se esconde la hipervisibilidad: empiezan a ser más porque viven más, convirtiéndose en el excedente de la sociedad que les niega su posición de sujetos y un lugar en el mundo. Estos son estereotipos sobre la experiencia de envejecer como mujeres en contextos históricos y socioculturales concretos. No son condiciones biológicas y mutan en conjunto con los cambios sociales. Por lo tanto, se hace necesario deconstruir estas imágenes desde sus protagonistas y desde los movimientos que las han posicionado como mujeres con voz y como ciudadanas.
2- La edad en los movimientos feministas:
¿Existen las mujeres mayores fuera de esa hipervisibilidad del cuerpo arrugado y sin sentido?
Los feminismos han resistido e intervenido en la construcción de los imaginarios sobre lo que se considera ser mujeres viejas. Debido a la pérdida de rastreo histórico es poco lo que se sabe de los lugares que las mujeres mayores han ocupado en los movimientos feministas. Pero son estos movimientos y los diferentes estudios de género los que han permitido localizar estas apariciones.
A mediaodos del S.XIX, el sufragismo en Inglaterra estuvo conducido por mujeres adultas y mayores. Era una sociedad altamente tradicional, donde las mujeres ocupaban puestos bien definidos y salirse de estas posiciones significaba ser encasilladas como las solteronas histéricas o mujeres masculinizadas. Eran los excedentes de la sociedad. Aunque la propaganda anti-sufragista, creada por la oposición masculina, insistía en ridiculizar a estas mujeres bajo diferentes estereotipos, comienza a gestarse un movimiento que posiciona el lugar de lo femenino. En esta etapa, el feminismo estaba representado en la figura de mujeres burguesas con estatus social y económico. No eran las viejas populares que continuaban muriendo en los conventillos ingleses.
En la década de 1960, la juventud emerge como el ideal etario y, paralelamente, la industria cultural lo avala y potencia. La vejez, como su antagonista generacional, representa la sombra de este ideal. El feminismo de la “segunda ola” se levanta como un movimiento principalmente de mujeres jóvenes, con un interés político centrado en el avance de los derechos sexuales y reproductivos. La brecha generacional entre jóvenes y viejas se ve reflejada en este campo de demandas sociales, donde las mujeres mayores quedan invisibilizadas en la agenda feminista.
En paralelo, la biomedicina junto a la industria farmacéutica pone la vista en ellas, y las visibiliza, pero como cuerpos deteriorados, así es que aparece la Terapia de Reemplazo Hormonal, con la promesa de conservar para siempre “la gracia femenina”. El discurso biomédico ve en la menopausia un trastorno patológico, lo que favorece que los cambios que acompañan el proceso sean medicalizados y psiquiatrizados. En esta “segunda ola”, los feminismos negros posicionan la triada de exclusión: género, clase y raza. Sin embargo, la edad continúa estando al margen de la crítica feminista. Ese momento histórico fue clave para reivindicar a la edad como sistema de opresión y de estructuración social, instalando la necesidad de posicionarla en la agenda feminista.
3 – Volviéndose visibles: la gerontología feminista
La gerontología feminista emerge frente al cuestionamiento intelectual de mujeres mayores que no tuvieron representación ni participación política dentro de la “segunda ola” del movimiento. Este enfoque aparece desde las bases de la gerontología crítica entre los 80 y los 90, y visibiliza el cruce entre género y vejez, estableciendo al género como eje que marca diferentes experiencias en el envejecer. Teóricas de la gerontología feminista, fueron activistas en la llamada “segunda ola”. A través de las reflexiones de estas mujeres no como jóvenes sino como mujeres envejecientes, se observa el desplazamiento de la edad como eje de opresión y de desigualdades sociales.
En la década de los 90, las Ciencias Sociales empiezan a generar conocimiento acerca del envejecimiento femenino. Arber y Ginn publican el libro “Relación entre género y envejecimiento: enfoque sociológico”, lo que significa una aproximación al proceso de envejecer, desde las propias experiencias de las personas mayores, separándolas del determinismo biológico y evidenciando las relaciones estructurales entre género y vejez. El envejecimiento deja de ser un proceso único y se comprende desde la diversidad.
4- Prácticas de resistencia de las mujeres mayores
Los procesos sociales que atravesamos en la actualidad nos permiten comprender las múltiples experiencias vinculadas al “ser mujer vieja”. Las luchas feministas, los trabajos de diferentes organizaciones sociales e investigaciones en el campo disciplinar sobre la vejez y el envejecimiento, así como la gerontología feminista nos ayudan a generar una lectura más crítica.
Desde sus propias prácticas de resistencia, las mujeres mayores son ahora protagonistas, tan visibles como activas de un movimiento social más amplio, salen a marchar contra la violencia de género y cuestionan estereotipos culturales. Su posicionamiento en la escena pública se debe a que, por un lado, muchas feministas históricas hoy son viejas y, por otro, a que en las calles los feminismos son intergeneracionales. Las jóvenes invitan a las viejas a marchar o a la inversa, la joven sabe que su mamá, abuela y otras mujeres mayores vivieron la violencia de una sociedad y estado machista. Las mujeres mayores siempre han estado presentes en los movimientos sociales, y seguirán estando a través de sus prácticas de resistencia”.