Este año, para conmemorar esta fecha, la Organización de Naciones Unidas (ONU) propone como eje temático “La resiliencia de las personas mayores en un mundo cambiante” y, en especial, resalta las contribuciones permanentes de las mujeres adultas mayores para superar los desafíos globales y permanentes.
La experiencia pandémica dejó como saldo el incremento y la profundización de las desigualdades económicas, sociales, políticas, culturales, tecnológicas y, claramente, un escenario mundial que preocupa. La emergencia climática también se intensifica y los/as especialistas pronostican transformaciones ambientales que, desde ya, influirán en la salud de las poblaciones, en sus conformaciones y en sus formas y tipos de organización del trabajo.
En este contexto, se destaca -y no debemos dejar de destacar- la resiliencia de las personas adultas mayores. Durante el proceso de envejecimiento -claro que en todas las edades-, la vida nos impone una serie de transformaciones que nos es difícil afrontar o aceptar. Sin embargo, somos capaces -nuevamente, en todas las edades- de tomar actitudes y rumbos impensados frente aquello que no esperábamos o deseábamos. Frente a la falsa creencia de la debilidad en la vejez, las personas mayores han sabido demostrar sus enormes virtudes.
“Resiliencia significa fortaleza y recuperación”, sintetiza la psicogerontóloga uruguaya, Rosario Lemus, y retoma la definición del psicólogo inglés Norman Garmezy para explicar que se trata de la capacidad que tienen las personas “para recuperarse y mantener una conducta adaptativa después del abandono o la incapacidad inicial al iniciarse un evento estresante”.
“Es importante resaltar la concepción de la resiliencia como parte del ser humano, como realidad humana concreta. En ese camino, es importante valorar el optimismo y entender que la vida es un proceso continuo de adaptación”, señala Lemus. “Lo importante aquí es destacar que las personas no nos hacemos resilientes de forma definitiva, sino que reutilizamos estas capacidades bajo diversas formas y adaptadas a cada situación”.
La resiliencia es un proceso que nos acompaña en los años, y por el hecho de haber vivido más, las personas de más de sesenta la han experimentado en mayor cantidad de ocasiones. Claro que la vejez es diferencial y no hay determinaciones en las acciones y formas de ser de quienes integran el grupo etario. La flexibilidad ante los cambios es un ejercicio que no todos los seres humanos pueden o quieren transitar.
Por eso, mientras vamos creciendo conviene entender a la adversidad como parte del ciclo vital. “Siempre vamos a vivir situaciones conflictivas e inesperadas y, en ese marco, no hay nada mejor que aferrarse a la solidaridad”, aclara Lemus. Su mirada nos lleva a la experiencia vivida por la psicogerontóloga boliviana, Mercedes Zerda, durante la pandemia, junto a personas mayores indígenas originarias de la Comunidad Awicha: el grupo reforzó las actitudes solidarias durante el aislamiento. Lo primero que hicieron sus integrantes fue “perdonarse” entre todos y todas y mantuvieron la premisa: “tenemos que cuidarnos entre nosotros”. Es decir, construyeron una contención colectiva.
Sin duda, la experiencia pandémica impuso una serie de modificaciones que, incluso, ni siquiera podemos terminar de identificar. El mundo se nos presenta cambiante y en este marco, la resiliencia colectiva y solidaria es una propuesta para envejecer junto a otros/as, siendo acompañados/as y estando dispuestos/as a acompañar.