Por Esteban Franchello y Mariana Rodríguez
Este jueves 1° de Octubre de 2020, “Día Internacional de las Personas Mayores”, no será igual a otros. La efeméride cumplirá sus primeros 30 años en un escenario de emergencia sanitaria y socioeconómica mundial, instalado por la COVID-19. Las tradicionales o incipientes acciones para conmemorar este día no serán iguales tampoco. Los espacios públicos, los centros de jubilados y pensionados, los programas universitarios de mayores, los centros de día y cualquier otro dispositivo u organización que nuclee presencialmente a personas mayores, permanecerán despoblados a causa de esta particular experiencia que golpea fuerte a todos los países.
Y es que este virus pandémico le impuso al conjunto de las personas de 60 y más años la etiqueta de “grupo de riesgo”. Esta denominación homogenizante está sustentada por la tasa de letalidad vigente del COVID-19 sobre este grupo poblacional. Solemos advertir -desde la gerontología- que las singularidades y la diversidad parecen no importar cuando se habla de vejez, cuánto menos, entonces, en este contexto global crítico.
Los gobiernos, las organizaciones, las comunidades y las propias personas mayores están aprendiendo “sobre la marcha” cómo hacer frente a esta pandemia con los menores “costos” posibles. Incluso, muchos técnicos y profesionales de distintas disciplinas debieron hacerlo sin conocer cabalmente sobre vejeces. Las dramáticas estadísticas sobre las muertes por COVID-19 y la edad como un factor de riesgo no dejaron márgenes para pensar y abordar la inherente heterogeneidad de este grupo social y de esta etapa de la vida.
La medida paliativa a un virus de estreno mundial, que llegó hasta el más recóndito lugar de la tierra en cuestión de días, fue el aislamiento preventivo y obligatorio (más o menos flexible). “Quedate en casa” tomó formato de “cuarentena” como estrategia para prevenir una mayor propagación de contagios y, al mismo tiempo, impuso la demanda de cambios de hábitos y rutinas cotidianas para sobrellevar estas nuevas “fronteras permanentes” sobre los cuerpos y las convivencias en todas las edades.
De manera paradojal, este lema compartido en más de 70 idiomas, que en apariencia decreta la falacia de la “inactividad” y refuerza la “pasividad” como norma, requiere el esfuerzo y la convicción de ser pensado como un tiempo de adaptación activo y permanente y, por lo tanto, como un accionar sanitario y eminentemente solidario.
“Quedate en casa”: una acción colectiva, comprometida y fraterna
Algunas investigaciones coyunturales de Argentina, pero también de universidades de Latinoamérica, han mencionado que las personas mayores no sólo son el grupo poblacional que mejor ha transitado y afrontado el “Quedate en casa”, sino quienes más lo han respetado. Tales son los casos de los estudios realizados por la Cátedra de Psicología de la Tercera Edad y Vejez de la Facultad de Psicología de la UBA, en Argentina, como así también lo hecho recientemente por la Red Interdisciplinaria de Psicogerontología (REDIP), una experiencia internacional que integra a una docena de universidades y centros de investigación de ocho países de América Latina, que concluyeron preliminarmente que la mayoría de las personas mayores que integran la muestra de este trabajo cuentan con “suficiente resiliencia” como para tolerar el aislamiento, “sin desconocer que una minoría puede presentar agravamiento de síntomas previos, requiriendo contención y asistencia para sobrellevar la situación”.
Además, dicho estudio evidenció “una actitud reflexiva y un replanteo de valores acerca de la vida, la posibilidad de espera y la importancia del autocuidado”. Así como también “han podido realizar nuevos aprendizajes y mantuvieron la comunicación con sus afectos cercanos”. Es en este aspecto que radica la relevancia de las personas mayores en sus comunidades, por sobre las acciones discriminatorias por razones de edad, por sobre las incompletas representaciones de este grupo en los discursos sociales, y por sobre los prejuicios enmascarados en muchas medidas que se erigen sobre lógicas paternalistas y otras exclusoras o privativas de la libertad: la solidaridad intergeneracional se ejerce en ese preciso acto de permanecer en nuestros hogares para salvaguardar la vida propia y la de los demás.
“Quedate en casa” ha supuesto, como se dijo, una adaptación activa y permanente, igual de significativa en todas las etapas de la vida, pero particularmente en las personas mayores que fueron sindicadas como “grupo de riesgo”. Y dentro de este conjunto, con mayor intensidad en aquellas que residen en dispositivos convivenciales que vieron extremados los límites que impuso el aislamiento (en todos los sentidos), pero que también han concentrado mayor cantidad de muertes por este virus, a diferencia de aquellas que residen en sus domicilios.
Argentina cumplirá casi 200 días de cuarentena este 1° de Octubre y continuamos sin la certeza de una vacuna que pueda frenar a corto plazo la escalada de muertes y darles respiro a los sistemas sociosanitarios y a sus trabajadoras y trabajadores, extenuadas/os tras los brotes y rebrotes de esta pandemia.
En estos días, es importante resaltar que “Quedate en casa” no es una postura pasiva que asumen las y los “débiles” de una sociedad en pandemia, sino que es una acción voluntaria y comprometida por la salud colectiva y, por lo tanto, es una acción fraterna con las otras, los otros y les otres. Tal como lo expresa el filósofo alemán, Ernst Broch, en uno de sus libros: “La fraternidad es el afecto de la unión con el mismo fin, es reconocer que todo lo que hace nuestro valor y el de los demás proviene del fin común”.
Este valor colectivo es el que inspira a seguir resistiendo contra un fenómeno global que tomó por asalto la vida y en particular la de este grupo poblacional. “Quedate en casa” se trata, ni más ni menos, del enorme aporte que las personas mayores ponen en juego en un nuevo 1° de Octubre para poder cuidarse y cuidar a sus comunidades. No lo minimicemos, no lo invisibilicemos, no lo olvidemos. Más bien, valoremos esta acción que nos convoca de una manera nueva, imprevisible e inimaginable a experimentar la fraternidad intergeneracional.